Télam


Una de las protagonistas del proceso de reubicación es Serafina Falagan

Serafina Falagan

Vecina de la Villa 26 desde la década del '50.
, habitante y presidenta de la comisión de vecinos de la Villa 26, donde vive desde hace casi 60 años, cuando llegó de Santiago del Estero en busca de trabajo y se asentó en lo que por entonces era un caserío de apenas cinco familias sin luz y sin agua.

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Serafina Falagan
"Por aquel entonces la gente no se animaba a salir a ver cómo se podía gestionar algo y una vez vinieron de la Comisión Municipal de la Vivienda y me preguntaron porqué no me hacía presente para gestionar cosas para el barrio", contó la mujer que a poco de llegar a Buenos Aires, en la década del 50 se instaló en la humilde casa de una familia amiga en un caserío levantado en el lugar donde la calle Perdriel se choca en el riachuelo.

"La villa no crecía salvo algún familiar o hijo que se hacia una pieza y se quedaba. Después con el tiempo la gente fue haciendo casas a la orilla del riachuelo y así se fue llenando. Por aquel entonces se llamaba asentamiento Evita. Después la villa creció mucho durante la época de los militares", agregó.

"Después los vecinos me pidieron que los representara y así comenzamos a trabajar", agregó Serafina, quien además contó que en un primer momento "la gente no creía nada y ahora no puede creer estar viviendo en casas con gas, cloacas y agua caliente".

Martín

Martín

Vecino de la Villa 26, relocalizado.
, otro de los vecinos mudados de la Villa 26, relató a Télam que "el cambio fue muy grande y después de un período de desconfianza todo se pudo realizar".

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Martín, vecino de la Villa 26


"Tengo cuatro hijas y en la villa tenía dos piecitas de 3 por 3. Cuando alguna de ellas se tenia que cambiar yo tenía que salir afuera", apuntó.

"Lo que más quería era tener una lugar para mis hijas. Ahora es algo fantástico y mis hijas tienen su departamento propio", dijo emocionado y agregó que "el día de la mudanza nos levantamos a las 5 de la mañana y recién nos mudamos a las 5 de la tarde. Era mucha la ansiedad para salir de la villa y alejarnos del peligro que significa vivir a la orilla de un lugar como el Riachuelo".

Juan, uno de los trasladados de la villa 21-24 contó lo malo que es "ver crecer a los nenes al lado de un lugar que los contamina y los enferma. Es como estar condenado desde chico a una vida con problemas de todo tipo", apuntó.

"Ahora se nos abre la posibilidad de una vida distinta porque además de alejarnos de los peligros de la contaminación podemos dar nuestra dirección en una escuela o en un trabajo sin avergonzarnos por vivir en una villa", indicó.