
El león herbívoro
Perón murió antes de cumplir un año de gobierno. “Soy un general pacifista, algo así como un león herbívoro”, había expresado apenas dos meses antes en una entrevista. Tras dieciocho años de exilio y proscripción, aquel último Perón se mostraba como una prenda de unidad, la garantía para devolver al país a la paz política que no tenía desde el golpe de 1955. En ese mismo reportaje, Perón también diría: “Fácil es gobernar, lo difícil es conducir”.
En el plano económico, su tercer gobierno se caracterizó por ciertas medidas que parecían recuperar el proyecto productivo que había caracterizado a sus primeras dos gestiones. Se firmaron leyes de protección al trabajo, de control a las inversiones extranjeras, y se le otorgaron amplias facultades a las Juntas de Carnes y de Granos, subrayando un regreso del Estado a su rol de interventor sobre los mercados agropecuarios. Además se sostuvo el Pacto Social, firmado durante el gobierno de Cámpora, un plan en el que participaron empresarios y trabajadores, y con el que se proyectó alcanzar, en cuatro años, una mayor participación de los asalariados en el ingreso, además de delinear políticas económicas de combate contra la inflación y aliento al crecimiento.

El historiador Ernesto Salas describe el estado de situación entre fines de 1973 y 1974.
La conducción
Pero el frente político estaba convulsionado. Durante su exilio, Perón había sintetizado la “unidad” en el peronismo. A pesar de las diferencias entre los sectores de la “derecha peronista” y las agrupaciones nucleadas en la “Tendencia Revolucionaria”, la lucha por su regreso -el famoso “Perón Vuelve”- había sido un objetivo compartido. La “política pendular”, que había ensayado desde su estancia de Puerta de Hierro en Madrid, le había permitido sostener el delicado equilibro de un movimiento heterogéneo. Su vuelta a la arena política en 1972 había estado rodeada de esa promesa: él era el único líder de ese magma que había atravesado los convulsionados últimos treinta años de historia argentina.

Carlos Gianella y su participación en el regreso.
Los hechos se sucedieron. La Alianza Anticomunista Argentina, una banda parapolicial de ultraderecha, cercana al ministro de Bienestar Social, José López Rega, comenzó a operar con atentados y amenazas de muerte a dirigentes políticos, intelectuales y artistas. El 25 de septiembre de 1973, semanas antes de que Perón asumiera la presidencia,José Ignacio Rucci , secretario general de la CGT y líder sindical señalado por la juventud como referente de los sectores ortodoxos, fue acribillado. La distancia entre Perón y la Tendencia Revolucionaría iría en aumento. A comienzos de 1974, ocho diputados nucleados en la Juventud Peronista renunciaron a sus bancas por disidencias con el gobierno. La ruptura se haría definitiva poco después: el 1 de mayo de 1974, durante un acto en Plaza de Mayo por el Día del Trabajador, las columnas de Montoneros comenzaron a corear: “¿Qué pasa general que está lleno de gorilas el gobierno popular?”. Desde el balcón de la Casa de Gobierno, Perón contraatacó: “Hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más méritos que los que lucharon durante veinte años”. En respuesta, Montoneros abandonó la plaza.
Sin él
El 12 de junio de 1974 Perón habló por última vez en la Plaza de Mayo. Aquel fue, en cierta forma, un discurso que recordó al “viejo” Perón: un discurso de directivas generales, donde pidió un “corazón bien templado” para afrontar la “lucha” y donde nombró al “pueblo” como la única “causa”. Parecía hablarle a su historia, a los sucesos recientes y a su legado, todo a la vez. “El Gobierno del Pueblo es manso y es tolerante, pero nuestros enemigos deben saber que tampoco somos tontos”. Fue un discurso “vivo”, elaborado para recobrar fuerzas y realinear a la tropa, pero Perón, cansado y quizás consciente de sus horas finales, le dio también un tono de despedida:
Les agradezco profundamente el que se hayan llegado hasta esta histórica Plaza de Mayo. Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino.
Dos semanas después, falleció de un paro respiratorio. El país, que no era el mismo que había recibido en 1945, que era distinto al que había dejado en 1955, y que era diferente al que lo vio regresar en 1972, se preguntaba cómo sería vivir sin él, luego de tres décadas en las que su figura había influido, por ausencia y por presencia, todos los rincones de la vida política nacional. El “hombre”, sin embargo, dejaba paso a un “espectro” que no dejaría de “volver”, una y otra vez, durante las décadas siguientes.