
La clase media
En 1966 Jauretche publicó un nuevo libro: El medio pelo en la sociedad argentina. “En principio, decir que un individuo o un grupo es de medio pelo implica señalar una posición equívoca en la sociedad; la situación forzada de quien trata de aparentar un status superior al que en realidad posee.” Y agregaba:

Medio pelo es el sector que dentro de la sociedad construye su status sobre una ficción en que las pautas vigentes son las que corresponden a una situación superior a la suya, que es la que se quiere simular.
El libro fue un éxito de ventas. Jauretche comenzó a recorrer el país brindando conferencias y haciendo presentaciones. En esa travesía percibió un fenómeno en gestación que poco después se haría transparente para todo el resto de la intelectualidad y la política: la llamada “nacionalización de la clase media”, el acercamiento al peronismo y las preocupaciones nacionales de los jóvenes provenientes de las capas medias. Un fenómeno que estallaría en los años setenta y que a Jauretche lo obsesionaba casi como si fuera el revés de la trama de ese “medio pelo” que denunciaba en sus libros.

El mensaje del “Medio pelo en la sociedad Argentina”.
Las zonceras
El 20 de abril de 1967 participó de una memorable discusión en un programa de canal 2 con un sindicalista socialista que respondía a Américo Ghioldi. El hombre lo acusó de nazi por lo que Jauretche sacó un pequeño facón para asado y lo corrió por los estudios, en vivo, mientras el conductor intentaba tapar la cámara. Poco después, en 1971, se enfrentó a duelo con el entonces ministro de Obras y Servicios Públicos, general Oscar Colombo. El duelo se efectuó con pistolas y ambos fallaron. Fue uno de los últimos duelos por motivos políticos que se hayan registrado.
Civilización o barbarie
En 1968 publicó el que tal vez sea su libro más famoso: Manual de zonceras argentinas.
Las zonceras de que voy a tratar consisten en principios introducidos en nuestra formación intelectual desde la más tierna infancia –y en dosis para adultos– con la apariencia de axiomas, para impedirnos pensar las cosas del país por la simple aplicación del buen sentido.

Los setenta
El mismo año de Manual de zonceras argentinas, Jauretche recibió una carta de Perón. Luego de varios encontronazos, el general le decía: “He seguido siempre su prédica patriótica, tan elocuente como constructiva y eficaz, especialmente en estos momentos en que la pobre Argentina está tan necesitada de verdades. (…) Usted ha sido siempre un hombre de la causa y le honra el hecho de que aún permanezca en la misma trinchera, en la que también seguimos luchando nosotros. Es, precisamente, ahora, cuando más unidos debemos estar”.
El Jauretche “escritor”, el hombre que operaba sobre la ideología del “medio pelo” y fue uno de los muchos aportes para la transfiguración de la clase media en los setenta, ingresaba a una nueva etapa convulsionada, una década donde habrían de confluir y colisionar todas las experiencias, deudas y errores pasados, y a los que Jauretche había tratado de primera mano.

El 29 de mayo de 1969 se produjo una rebelión obrero-estudiantil en Córdoba. El llamado Cordobazo resquebrajó los cimientos del gobierno de Onganía -militar que había llegado con la promesa de quedarse “20 años”-, que terminaría de dinamitarse el 29 de mayo de 1970 con el secuestro y posterior asesinato de Aramburu. Onganía fue apartado por sus camaradas y reemplazado por Roberto Levingston.

El 7 de septiembre, la policía asesinó en un enfrentamiento a dos de los fundadores de Montoneros Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus. Jauretche, que no coincidía con el método utilizado por la guerrilla, fue uno de los presentes en el velatorio de ambos.
El regreso de Perón
Por esa época Jauretche reeditó Los profetas del odio con una yapa que incluía una respuesta a Ernesto Sábato. También publicó su primer volumen de memorias De pantalones cortos. Este sería su libro póstumo.
El 17 de noviembre de 1972 Perón retornó a la Argentina tras 18 años de exilio. Permaneció poco más de un mes en el país y luego volvió a viajar a Madrid. La proscripción había caído. El 11 de marzo de 1973, la formula Cámpora-Solano Lima ganaba las elecciones con el 49,59% de los votos.
Jauretche no fue invitado a los actos oficiales. Presenció la concentración desde un balcón de Diagonal Sur e Hipólito Yrigoyen. Las columnas que pasaban lo reconocían y lo aplaudían. Poco después Rodolfo Puiggrós, interventor de la Universidad de Buenos Aires, lo nombró a cargo de la editorial EUDEBA.

Dos días después sería asesinado el Secretario de la CGT, José Ignacio Rucci. La interna del justicialismo se volvía sangrienta. En ese contexto Puiggrós renunció a su cargo en la UBA. Jauretche quiso hacer lo propio pero su dimisión no fue aceptada.
Amenazado y con la salud deteriorada, Jauretche debió internarse de urgencia a fines de 1973 a causa de un enfisema pulmonar. Poco después fue dado de alto. El 6 de marzo asumiría un nuevo cargo, como integrante del Fondo Nacional de las Artes.

Horacio Gonzalez. Jauretche fue un político de autoridad.
Los últimos pasos
El 24 de mayo de 1974, Jauretche almorzó con algunos amigos en Bahía Blanca, donde había viajado para brindar una serie de conferencias en la Universidad.
Horas después regresó a Buenos Aires junto a su esposa. En la madrugada se despertó fatigado. Sintió una opresión en la cabeza y el pecho. Le costaba respirar. Se levantó para tomar un remedio pero en el camino se quedó sin aire. Intentó llamar a su mujer sin éxito. Jauretche se desplomó. El ruido despertó a su esposa que corrió hasta donde estaba su marido aunque ya no pudo hacer nada. Jauretche murió un 25 de mayo.
Su muerte lo encontró convertido en una figura intelectual, quizás a su pesar. En los libros había encontrado una tribuna de acción y de enseñanza -quizás su máxima aspiración- en un momento cambiante de la Argentina. Una nueva generación había comenzado a ver en él a un hombre de pluma afilada e irónica, nimbada de adjetivaciones y chicanas; una prosa de lucha que no descartaba el humor. Su combatividad, sus denuncias a lo “antinacional”, sus críticas a la “inteligentzia” lo convirtieron también en un autor “molesto” e inclasificable: escritor que renegaba de la intelectualidad; un denunciado “antiintelectual” que ponderaba la fuerza de las ideas; un hombre “de ideas nacionales” que no rechaza descansar tan fácilmente en el sayo del “nacionalismo”. Un hombre que denunciaba el “medio pelo” pero veía con atención e interés el proceso interno de una clase también inclasificable y “molesta”; un sector que sería paradójicamente -o no- el que lo consagraría en el plano de las ideas.
Después de los sesenta años he resultado escritor -había dicho en una de sus últimas entrevistas-. Esto es por la transformación, nacionalización de los nuevos lectores que buscaron algo que estuviera fuera de lo impuesto por el sistema. (…) No me considero literato sino un hombre que usa el instrumento de la pluma para contacto con sus paisanos y servirlos en lo que pueda. (…) Mi objeto es persuadir, especialmente a los no persuadidos. Yo trato de comunicarme y para determinados fines, generalmente proselitistas; no puedo de tal manera separar literatura y pueblo.

El recuerdo personal de Galasso sobre Jauretche.