
Meditación en la Villa
Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos que parecen tener ocho años, tengan trece;
Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro; yo me puedo ir, ellos no;
Señor, perdóname por haber aprendido a soportar el olor de las aguas servidas, de las que me puedo ir y ellos no;
Señor, perdóname por encender la luz y olvidarme de que ellos no pueden hacerlo;
Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no: porque nadie hace huelga de hambre con su hambre;
Señor, perdóname por decirles que “no sólo de pan vive el hombre”, y no luchar con todo para que rescaten su pan;
Señor, quiero quererlos por ellos mismos y no por mí.
Ayúdame Señor, sueño con morir por ellos: ayúdame a vivir para ellos.
Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz. Ayúdame.
Meditación en la Villa. Carlos Mugica. 1972
A mediados de abril de 1974 Mugica regresó a Los Toldos para un nuevo retiro espiritual. A su alrededor bullía esa misma historia que, como un buen cristiano de “su tiempo”, había intentado comprender y transformar. Se había distanciado de aquellos jóvenes con los que había compartido campamentos, reflexiones y lecturas políticas similares. Dos de ellos habían caído abatidos por las fuerzas de seguridad. El Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo estaba agrietado, víctima de debates y contradicciones internas. Le habían puesto una bomba en su pieza de Gelly y Obes, destrozando autos y edificios. Tal vez los mismos hombres, el mismo grupo, había vuelto a entrar tiempo después, gritando su nombre en vano: “Carlos” estaba en ese momento en Córdoba. Se había peleado con López Rega por el plan de viviendas y erradicación de villas que había diseñado el poderoso ministro. Una noche, ante algunos colaboradores del Barrio Comunicaciones, manifestó: “López Rega me va a matar”.
El Grupo Vocal Argentino grabaría ese año el disco Misa para el Tercer Mundo, sobre textos escritos por él. Tiempo después, el ministro del interior de Isabel Perón, Alfredo Rocamora, mandaría a destruir esas copias. Todos hablaban de la salud de Perón. Los tiempos estaban cambiando. En el Boletín Eclesiástico de Buenos Aires, órgano oficial del Arzobispado, se había publicado un duro documento sin firma criticando las posturas teológicas que Mugica había expresado en su artículo “Jesús y la política de su época”. Mugica escribió una respuesta de 18 páginas, con la asistencia de Luis Rivas, Rafael Tello y Lucio Gera. Nunca se lo publicaron.
Mugica, en su laberinto de fe y signos contradictorios tenía en realidad un único miedo.
“No tengo miedo de morir –le había dicho poco antes a un periodista-. De lo único que tengo miedo es de que el arzobispo me eche de la Iglesia”.
Esa misma preocupación lo atormentó durante su último retiro en Los Toldos. El abad le consoló: “Yo no sé si Aramburu puede ponerte frente a la situación de irte de la Iglesia. Pero de lo único que podés estar seguro es que pase lo que pase, Dios te va a ser fiel”.
Oración
El sábado 11 de mayo de 1974, a las ocho y cuarto de la noche, Carlos Mugica salió de la iglesia de San Francisco Solano, ubicada en la calle Zelada 4771, en el barrio de Mataderos. Acababa de ofrecer la misa vespertina y de llevar a cabo una reunión con un grupo de preparación al matrimonio. Mugica salió de la parroquia junto a Ricardo Capelli y María del Carmen Artecos, y caminaron hasta el auto del sacerdote, un Renault 4-L azul, matrícula C-542119, que estaba estacionado junto a la iglesia. Cuando se disponía a subir, alguien lo interceptó. Un hombre, según testigos, delgado y de bigote hirsuto, bajó de un auto estacionado en las inmediaciones y abrió fuego.
El agresor efectuó veinte disparos con su ametralladora Ingram M-10, de los cuales quince impactaron en el cuerpo de Mugica. Varios le perforaron el abdomen y el pulmón. Capelli y Artecos -quien luego desaparecería en 1976- también resultaron heridos. Al escuchar los gritos y los disparos, el Padre Vernazza salió de la iglesia. Vio a Mugica en el suelo; aprovechó a darle los últimos sacramentos. Dicen que Mugica sonrió y guiñó un ojo; dicen que alcanzó a decir: “Nunca más que ahora debemos permanecer unidos junto al pueblo”.
Orlando Yorio, amigo y compañero de Mugica, relataría tiempo después: “Cuando llegué corriendo al lugar había un charco de sangre. Me acuerdo que llovía en la villa. Y a mí me temblaban las manos, el cuerpo, y sentía que la cabeza me estallaba. Me quedé duro, parado frente al charco de sangre. Y de pronto un hilo rojo comenzó a bajar por las canaletas de la vereda, hacia la tierra donde había un árbol. La lluvia caía intensamente y la sangre se deslizaba hacia la tierra. La tierra chupó la sangre de Carlos. Se chupó toda la sangre. Parecía un milagro de Dios ante tanta locura...”.
El Padre Vernazza, asistido por vecinos y fieles, subió a Mugica a un viejo Citroën. Llegaron al Hospital Salaberry cerca de las nueve de la noche pero no pudieron hacer nada. Hacia las 11, el doctor Avelino Vicente Dolico certificó que las causas del fallecimiento de Carlos Mugica fueron "heridas de bala de tórax y abdomen y hemorragia interna".
Al respecto, Domingo Bresci
recuerda la conmoción que sintió al enterarse de la noticia.
Su asesino permaneció en las sombras durante años hasta que las investigaciones coincidieron en señalar al comisario Rodolfo Eduardo Almirón , jefe de la organización parapolicial Alianza Anticomunista Argentina , creada por José López Rega, como el hombre que lo acribilló. La descripción física del asesino realizada por los testigos coincidía con los rasgos de Almirón. El tipo de ametralladora utilizada había sido exhibida anteriormente por miembros de la Triple A.
El cuerpo del Padre Mugica fue trasladado de la Morgue Judicial a la Parroquia San Francisco Solano donde fue velado. El lunes 13 se celebró una misa matutina en su honor en el Barrio Comunicaciones, junto a su capilla Cristo Obrero. De allí, un cortejo multitudinario trasladó sus restos a mano hasta el Panteón del Clero, en el cementerio de Recoleta. El 9 de octubre de 1999, sus restos fueron trasladados de Recoleta a la Capilla Cristo Obrero, en lo que hoy se conoce como Villa 31. Allí descansa actualmente.
Guillermo Torre
afirma que el mayor legado fue "aprender a vivir con la gente."
Dos testimonios de miltantes y vecinos de la Villa 31 que retoman hoy la lucha de Mugica.
Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos que parecen tener ocho años, tengan trece;
Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro; yo me puedo ir, ellos no;
Señor, perdóname por haber aprendido a soportar el olor de las aguas servidas, de las que me puedo ir y ellos no;
Señor, perdóname por encender la luz y olvidarme de que ellos no pueden hacerlo;
Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no: porque nadie hace huelga de hambre con su hambre;
Señor, perdóname por decirles que “no sólo de pan vive el hombre”, y no luchar con todo para que rescaten su pan;
Señor, quiero quererlos por ellos mismos y no por mí.
Ayúdame Señor, sueño con morir por ellos: ayúdame a vivir para ellos.
Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz. Ayúdame.
Meditación en la Villa. Carlos Mugica. 1972
A mediados de abril de 1974 Mugica regresó a Los Toldos para un nuevo retiro espiritual. A su alrededor bullía esa misma historia que, como un buen cristiano de “su tiempo”, había intentado comprender y transformar. Se había distanciado de aquellos jóvenes con los que había compartido campamentos, reflexiones y lecturas políticas similares. Dos de ellos habían caído abatidos por las fuerzas de seguridad. El Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo estaba agrietado, víctima de debates y contradicciones internas. Le habían puesto una bomba en su pieza de Gelly y Obes, destrozando autos y edificios. Tal vez los mismos hombres, el mismo grupo, había vuelto a entrar tiempo después, gritando su nombre en vano: “Carlos” estaba en ese momento en Córdoba. Se había peleado con López Rega por el plan de viviendas y erradicación de villas que había diseñado el poderoso ministro. Una noche, ante algunos colaboradores del Barrio Comunicaciones, manifestó: “López Rega me va a matar”.

Canción "Gloria" del disco Misa para el Tercer Mundo.
Mugica, en su laberinto de fe y signos contradictorios tenía en realidad un único miedo.
“No tengo miedo de morir –le había dicho poco antes a un periodista-. De lo único que tengo miedo es de que el arzobispo me eche de la Iglesia”.
Esa misma preocupación lo atormentó durante su último retiro en Los Toldos. El abad le consoló: “Yo no sé si Aramburu puede ponerte frente a la situación de irte de la Iglesia. Pero de lo único que podés estar seguro es que pase lo que pase, Dios te va a ser fiel”.
Oración
El sábado 11 de mayo de 1974, a las ocho y cuarto de la noche, Carlos Mugica salió de la iglesia de San Francisco Solano, ubicada en la calle Zelada 4771, en el barrio de Mataderos. Acababa de ofrecer la misa vespertina y de llevar a cabo una reunión con un grupo de preparación al matrimonio. Mugica salió de la parroquia junto a Ricardo Capelli y María del Carmen Artecos, y caminaron hasta el auto del sacerdote, un Renault 4-L azul, matrícula C-542119, que estaba estacionado junto a la iglesia. Cuando se disponía a subir, alguien lo interceptó. Un hombre, según testigos, delgado y de bigote hirsuto, bajó de un auto estacionado en las inmediaciones y abrió fuego.
El agresor efectuó veinte disparos con su ametralladora Ingram M-10, de los cuales quince impactaron en el cuerpo de Mugica. Varios le perforaron el abdomen y el pulmón. Capelli y Artecos -quien luego desaparecería en 1976- también resultaron heridos. Al escuchar los gritos y los disparos, el Padre Vernazza salió de la iglesia. Vio a Mugica en el suelo; aprovechó a darle los últimos sacramentos. Dicen que Mugica sonrió y guiñó un ojo; dicen que alcanzó a decir: “Nunca más que ahora debemos permanecer unidos junto al pueblo”.
Orlando Yorio, amigo y compañero de Mugica, relataría tiempo después: “Cuando llegué corriendo al lugar había un charco de sangre. Me acuerdo que llovía en la villa. Y a mí me temblaban las manos, el cuerpo, y sentía que la cabeza me estallaba. Me quedé duro, parado frente al charco de sangre. Y de pronto un hilo rojo comenzó a bajar por las canaletas de la vereda, hacia la tierra donde había un árbol. La lluvia caía intensamente y la sangre se deslizaba hacia la tierra. La tierra chupó la sangre de Carlos. Se chupó toda la sangre. Parecía un milagro de Dios ante tanta locura...”.
El Padre Vernazza, asistido por vecinos y fieles, subió a Mugica a un viejo Citroën. Llegaron al Hospital Salaberry cerca de las nueve de la noche pero no pudieron hacer nada. Hacia las 11, el doctor Avelino Vicente Dolico certificó que las causas del fallecimiento de Carlos Mugica fueron "heridas de bala de tórax y abdomen y hemorragia interna".
Al respecto, Domingo Bresci

Domingo Bresci
Sacerdote compañero de Mugica.
Domingo Bresci recuerda el día de su asesinato.

Guillermo Torre y la vigencia del Padre Mugica.

Guillermo Torre
Cura de la Villa 31.
Escena de un piquete de vecinos de la Villa 31 en la Autopista Illia
El legado
Dos testimonios de miltantes y vecinos de la Villa 31 que retoman hoy la lucha de Mugica.

Daniel Castillo, vecino y militante de la Villa 31. La permanencia del legado de Mugica.

Héctor Guanco, vecino y militante de la Villa 31. Continuar el trabajo de Mugica