Se trata de una aproximación, audaz, provocadora, pero al mismo tiempo contradictoria con la misma prosapia del Colón porque, si hay un espacio en condiciones artísticas, logísticas y presupuestarias para montar la tetralogía tal como se concibió, es justamente el mismo que acaba de renunciar a ese desafío estético.
Habrá que conceder que esa renuncia importa asumir otro desafío incómodo, que es el de sostener una versión que, desde diferentes trincheras, despertó enconos.

En ese punto, el cerebro de la adaptación musical, el alemán Cord Garben, fue prudente dentro de la imprudencia. Los múltiples cortes que sufrió la versión original se engarzaron en la noche del martes en el Colón sin una sola nota agregada sobre la partitura; los puentes musicales entre los segmentos se conciliaron con compases de la propia obra.
Aun así, las siete horas menos de ópera significaron cambios extremos. Garben, en diálogo con Télam, había asegurado que sólo estaban amputadas las “reflexiones filosóficas” del autor y que la trama argumental se mantenía inalterable.
El enunciado resultó al menos parcial. No hay siete horas de elocuencia filosófica en Wagner (desde sus conversaciones del exilio con el teórico anarquista Mikhail Bakunin hasta las lecturas de Schopenhauer). La acción también resultó erosionada.
Anoche en el Colón no se vio, por caso, la escena de las nornas con la que se inaugura “El ocaso de los dioses”, ni tampoco la “Wotan-Wanderer” (Wotan caminante) y hasta se suprimieron algunos personajes (Erda).
Aun así, el “Colón Ring” conservó el espíritu grandilocuente de Wagner, que pretendió superar la tradición operística italiana articulada a través de los cuadros cerrados para obtener un nuevo modelo de espectáculo integral donde la música, que amenazaba la racionalidad de los esquemas clásicos, empujaba hacia una nueva dimensión.
La dirección en escena estuvo a cargo de la argentina Valentina Carrasco que, ya inmersa en el universo wagneriano, asumió el desafío luego de la deserción -por diferencias con las autoridades del Colón- de Katharina Wagner, bisnieta del compositor e impulsora de esta versión original a modo de homenaje por el bicentenario de su ancestro.
Carrasco, del equipo de La Fura del Baus, también estaba entrenada en las dificultades intrínsecas del coliseo porteño ya que la temporada pasada participó de la puesta de “El Gran Macabro”, de George Ligeti, que fracasó por los conflictos laborales del teatro y -en un despropósito artístico- se llevó adelante, finalmente, en una versión reducida a piano.
El montaje mantuvo un sesgo de crudeza y una impronta local indisimulable. Un subtexto alusivo a la dictadura militar y algunas imágenes contemporáneas como parangón de la figura del héroe Siegfried alcanzaron el deliberado objetivo de escandalizar a la cepa más tradicionalista que habita el Colón. En especial con Wagner.
Otro rasgo incuestionable fue la calidad de los solistas. A la ya extraordinaria exigencia de los roles wagnerianos, anoche el reparto debió asumir el desgaste de una jornada que se extendió entre las 14.30 y las 23.15.
Por encima de todos transitó la voz de la soprano estadounidense Linda Watson (Brunnhilde), de notable dúo con el ruso Leonid Zakhozhaev en el final de “Sigfrido”, pero bien acompañados por el numeroso colectivo de roles solistas de la obra, que contó con la dirección musical de Roberto Paternostro y la participación de la Orquesta y el Coro Estables del Colón.
El prólogo de “El oro del Rhin” cobró un dinamismo argumental inusitado con las supresiones de Garben; al tiempo que “La valkiria”, originalmente de tres horas y media, “Sigfrido”, de cuatro, y “El ocaso de los dioses”, de cuatro horas y media, gracias a la mayor morosidad de sus tramas, resistieron de otra manera el nuevo ritmo de la pieza, que no alcanzó las dos horas en ninguna de sus cuatro secciones.
No deja de ser extraña la apuesta que, con la intención de acercar al público a la inmensa obra de Wagner, apela a una versión que implica diez horas de permanencia en el teatro y una concentración sin parangón para, al final, apreciar una versión que tampoco es la obra que se pretende arrimar al espectador menos entrenado.
En ese punto, el modo de homenaje al bicentenario de Wagner que eligió el Teatro Argentino de La Plata, que proyectó dos óperas de la tetralogía para este año y dos para el siguiente, aparece más acertado desde todo punto de vista (menos el del marketing).
El “Colón Ring” volverá a escena, por última vez en este año, el viernes desde las 14.30. Para la versión tradicional están los discos.